"Oh Santito de las Pampas injustamente humillado levantaté de tu tumba lejana y compadece ante mí para que pueda pedirte lo que se deseo.
Yo te prometo a cambio ser generoso y solidario con quiénes más lo necesitan. Amén"
“En los Esteros del Iberá se cuenta la historia de este Santito… dicen los lugareños que hace 150 años aproximadamente, había una prisión en donde estaban los leprosos. Por miedo al contagio, los tenían alejados de los otros reclusos. En el pueblo había un médico brujo, unos dicen que fue un monje Franciscano o un monje Jesuita, que cuando desde España los expulsaron de la zona, él se quedó en el lugar para ayudar a los indígenas. Este brujo tenía poder para curar, con yuyos, curaciones “de palabra” y con oraciones, también les daba un agua curativa y entraba en la celda de los leprosos a ofrecerles agua.
Este monje a toda la comunidad le daba su ayuda para curar males del cuerpo y males espirituales, sacar “algún daño”, o curar el “ojeo”. Cuentan también que el brujo se hacía de tiempo para ir hasta la orilla del río y sentado bajo un árbol ponerse en cuclillas a meditar mirando correr el agua.
Hasta que llegaron al lugar los sacerdotes cristianos, que volvían a retomar lo que empezaron los misioneros de antes. Estos sacerdotes al enterarse de la presencia del brujo, junto con las autoridades lo pusieron preso y lo encerraron en la celda con los leprosos. No puso resistencia se dejó que lo encierren, pero protestó haciendo ayuno de pie, apoyado en un bastón, hasta que la muerte le llegó. Dicen que nadie se había dado cuenta de su muerte hasta luego de un tiempo abrieron la puerta de su celda y lo encontraron muerto, de pie con su túnica negra, apoyado en su bastón, sus carnes estaban consumidas, era solo su esqueleto cubierto por la piel”.
De acuerdo con los actores sociales, el apodo de Señor de la Muerte se debería a que el monje se ocupaba de las personas con lepra, que en esa época no tenía cura y era una sentencia de muerte.
Por otro lado, El Gauchito Gil, cuyo nombre cuentan los entrevistados habría sido Antonio Gil, es un santo canonizado por el pueblo, que vivió alrededor de 1830 a 1870 en Mercedes, provincia de Corrientes. El contexto histórico en el cual se produce su aparición, hace referencia a tiempos en que el escenario político se encuentra cargado de constantes luchas entre los caudillos de las provincias del Litoral Argentino y el gobierno de Rosas, que detentaba un poder central y hegemónico en Buenos Aires, al que se oponían los habitantes del interior del país. Asimismo, en Corrientes el enfrentamiento civil se da en un marco de bipartidismo en el que dos organizaciones antagónicas, Colorados o Autonomistas y Celestes o Liberales pugnaban por el poder político provincial. Finalmente, cabe señalar que el rol de Corrientes fue central en cuanto al estacionamiento y organización de tropas en relación con la guerra de la Triple Alianza, que culminó con la derrota del mariscal López, presidente del Paraguay. Mientras que el conflicto entre Buenos Aires y la Confederación se resuelve en la batalla de Pavón, después de la cual Mitre logra el apoyo del litoral y asume el poder ejecutivo. En estas instancias (1862- 1880) comienza a gestarse y consolidarse la unidad nacional y se dan los últimos intentos de resistencia por parte de los Caudillos del interior a la política de Buenos Aires, el riojano Chaco Peñalosa, lleva a cabo un levantamiento que fue sofocado por Mitre en 1863 y otro intento fue el de Felipe Varela 1866, derrotado por lideres santiagueños aliados a Mitre (Salvatore, 1998).
Entre los informantes calificados que se entrevistaron en el santuario seleccionamos el relato de Vilma, vendedora de velas en un puesto del lugar, quien nos cuenta:
“Antonio Gil, se enamoró de Doña Estrella Miraflores, dueña de una estancia donde trabajaba la madre de Gil, un policía de la zona que también pretendía a la viuda, comenzó a perseguirlo hasta que finalmente se trenzaron en una pelea. La leyenda da cuenta que El Gauchito dominó al policía con su mirada y teniendo la posibilidad de matarlo no lo hizo, a partir de ahí, comienza su vida fuera de la ley, acusado de atentar contra la autoridad. Encontrándose prófugo, cuando volvió a su lugar de origen después de las guerras civiles, fue reclutado por el jefe militar de la zona para luchar contra los federales.
En Los Palmares, el Gauchito Gil tuvo un sueño en el que se le aparecía el Dios Guaraní Ñandeyara, diciéndole: "No quieras derramar la sangre de tus semejantes". Ese día desapareció del campamento y se convirtió en desertor. Perseguido por la autoridad, anduvo por los montes y formó una banda de cuatreros. Se corrió la voz de que despojaba a los ricos para repartir entre los pobres. Una tarde, estaba descansando cuando él y quienes lo acompañaban, fueron sorprendidos por el ejército, sus compañeros fueron abatidos a trabucazos en el momento y se cuenta que a él lo salvó un amuleto de San La Muerte que llevaba al cuello colgado de una cadena. En ese momento se entregó para evitar derramar más sangre siendo conducido ante el coronel que lo había reclutado y éste le propuso eximirlo de su castigo si se reincorporaba a sus filas, al negarse lo enviaron a Goya para ser juzgado y condenado a la pena de muerte. El 8 de Enero de 1874, a pocos kilómetros de Mercedes, la partida que lo conducía para ser juzgado se apartó del camino y fue colgado de un árbol de algarrobo por los pies para evitar el poder de su mirada, Gil antes de morir anunció que el coronel lo tenía en aprecio y que estaban cometiendo un error si lo mataban y dijo al sargento a cargo que pronto uno de sus hijos enfermaría gravemente, al terminar sus palabras lo degollaron y murió. Después de este momento sus matadores regresaron a Mercedes y se enteraron de la verdad de las palabras de Gil. El sargento recordó sus palabras y solicitó permiso para visitar a su familia; al llegar a su propia casa recibió la noticia de que su hijo estaba gravemente enfermo, con fiebre altísima y sin salvación. De rodillas le pidió al Gauchito que intercediera ante Dios para salvar la vida de su niño y le suplicó perdón por sus actos. A la madrugada el milagro había sido concedido y el sargento lleno de alegría construyó con sus propias manos una cruz con ramas de ñandubay y se dirigió caminando hasta el lugar donde había matado a Gil”.
Desde ese momento y hasta hoy se hace un alto en el camino para pedir y dar gracias a Dios, por su intermedio. Los peregrinos y devotos desde entonces son cada vez más numerosos, miles de personas se acercan a visitar al santo, a tocar su Cruz de madera, prenderle una vela colorada o plantar una bandera colorada con los nombres de las personas a las que se le pide que proteja o para dar testimonio del milagro realizado por el Gauchito. En ese mismo lugar sus milagros empezaron a sucederse y la gente que ya creía en él como en una buena persona, sensible, afanoso por lograr la justicia en sus actos e inspirarla en los ajenos, amante de la libertad y de la vida, orgulloso de su estirpe y su tierra, de su gauchaje, aquel del que era parte, dolida por su asesinato lo acompañó y vio con asombro y devoción que su gracia estaba con ellos. Los pedidos se acumularon y las bendiciones y milagros comenzaron a llegar. Su fe se extendió ya no sólo en Mercedes que fue su cuna, su nombre y sus colores acercan la fe en un culto sin fronteras (Pascuchelli y Funes, 2007).
La descripción que se hace en el relato denota que Gil era en vida un hombre santo, en tanto recibe indicaciones de la deidad sobre la conducta que debe asumir, supera la muerte bajo la protección de la imagen del Señor de la Muerte, otro hombre santo, posee un poder especial en la mirada que le permite dominar a sus contendientes y detenta la capacidad de clarividencia que le permite anunciar el aprecio que sentía por él el jefe miliar que había ordenado su traslado a Goya, la enfermedad que padecería uno de los hijos de su verdugo, así como el carácter de error con que sería juzgado su asesinato. Ni bien muere, concreta su primer milagro, curando al niño cuyo grave padecimiento había predicho. Convirtiéndose este episodio en el modelo arquetípico de la relación que el Santo popular mantendría con los hombres tras su muerte transformado ya en personaje mítico. Fuente :mariangeles fones